silvina ocampo cuentos completos 1.pdf

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EMECÉ EDITORES
PRIMERA EDICIÓN – BUENOS AIRES 1999
Silvana Ocampo
Cuentos Completos I
Silvina Ocampo (1903–1993) nació en Buenos Aires. Desde joven estudió
dibujo y pintura; uno de sus maestros fue Giorgio De Chirico. Publicó por primera
vez en 1937 (Viaje olvidado). En 1940 se casa con Adolfo Bioy Casares y ese
mismo año compila con éste y con Borges una Antología de la literatura
fantástica. Sus poemas y cuentos aparecieron en la revista Sur que dirigía su
hermana Victoria. Entre más de veinte obras publicadas vale recordar:
Enumeración de la patria (poemas), Los que aman, odian (novela policial en
colaboración con Bioy, Emecé, 1945) y Los traidores (teatro, en colaboración con
J. R. Wilcock). Recibió el Premio Municipal de Poesía y el Primer Premio Nacional
de Poesía. Realizó numerosas traducciones del inglés y el francés y, a su vez, fue
traducida a varios idiomas.
***
"Como el Dios del primer versículo de la Biblia, cada escritor crea un
mundo. Esa creación, a diferencia de la divina, no es ex nibilo; surge de la
memoria, del olvido que es parte de la memoria, de la literatura anterior, de los
hábitos de un lenguaje y, esencialmente, de la imaginación y de la pasión. [...]
Silvina Ocampo nos propone una realidad en la que conviven lo quimérico y lo
casero, la crueldad minuciosa de los niños y la recatada ternura, la hamaca
paraguaya de una quinta y la mitología. [...] Le importan los colores, los
matices, las formas, lo convexo, lo cóncavo, los metales, lo áspero, lo pulido, lo
opaco, lo traslúcido, las piedras, las plantas, los animales, el sabor peculiar de
cada hora y de cada estación, la música, la no menos misteriosa poesía y el peso
de las almas, de que habla Hugo. De las palabras que podrían definirla, la más
precisa, creo, es genial."
Jorge Luis Borges
***
"Los personajes de Silvina Ocampo callan con gusto [...] y cuando
escriben, es para crear otra oscuridad, para tramar una impostura; más aún:
para confirmar el carácter de impostura de todo lo demás. Pero si la escritura
aporta más sombra que luz, es justamente por la conciencia que ella tiene de
esta sombra que cumple con su misión reveladora. [...] La fuerza de esta
ferocidad sutil reside en su tranquilidad y su impasibilidad mismas, idénticas a
las de los niños, al punto de no excluir una mirada limpia y una sonrisa ligera.
Una ferocidad que jamás se separa de la inocencia: inocencia máscara de la
ferocidad, o ferocidad máscara de la inocencia. [...] hay un mundo femenino en
el cual Silvina Ocampo se desenvuelve como en un continente oculto, un
laberinto de prisiones individuales que rodea y condiciona todo lo que parece
simple y evidente en las relaciones humanas, prisiones que el egoísmo edifica
alrededor de nosotros mismos.
Italo Calvino
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Silvana Ocampo
ÍNDICE
Cielo de claraboyas
Esperanza en Flores
El vestido verde aceituna
El Remanso
El caballo muerto
La enemistad de las cosas
Eladio Rada y la casa dormida
El pasaporte perdido
Florindo Flodiola
El retrato mal hecho
Paisaje de trapecios
Las dos casas de Olivos
Los funámbulos
La siesta en el cedro
La cabeza pegada al vidrio
El corredor ancho de sol
Nocturno
Extraña visita
La calle Sarandí
El vendedor de estatuas
Día de Santo
Diorama
El Pabellón de los Lagos
El mar
Viaje olvidado
La familia Linio Milagro
Los Pies Desnudos
La casa de los tranvías
Epitafio romano
La red
El impostor
Fragmentos del libro invisible
Autobiografía de Irene
La liebre dorada
La continuación
El mal
El vástago
La casa de azúcar
La casa de los relojes
Mimoso
El cuaderno
La sibila
El sótano
Las fotografías
Magush
La propiedad
Los objetos
Nosotros
La furia
Carta perdida en un cajón
El verdugo
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Cuentos Completos I
Silvana Ocampo
Azabache
La última tarde
El vestido de terciopelo
Los sueños de Leopoldina
Las ondas
La boda
La paciente y el médico
Voz en el teléfono
El castigo
La oración
La creación
El asco
El goce y la penitencia
Los amigos
Informe del Cielo y del Infierno
La raza inextinguible
Tales eran sus rostros
La hija del toro
Éxodo
Carta bajo la cama
La revelación
Amelia Cicuta
El almacén negro
La escalera
La boda
El progreso de la ciencia
Visiones
El lecho
Anillo de humo
Fuera de las jaulas
Isis
La venganza
El novio de Sibila
El Moro
El siniestro del Ecuador
El médico encantador
El incesto A Juana Ivulich
La cara en la palma
Los amantes
Las termas de Tirte
La peluca
La expiación
El fantasma
La gallina de membrillo
Celestina
Icera
El crimen perfecto
El lazo
Amor
El pecado mortal
Rhadamanthos
El hórreo
El árbol grabado
Carta de despedida
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Cuentos Completos I
Silvana Ocampo
La pluma mágica
El diario de Porfiria Bernal
El diario de Porfiria
Las invitadas
La piedra
Los mastines del templo de Adrano
Cuentos Completos I
Cielo de claraboyas
La reja del ascensor tenía flores con cáliz dorado y follajes rizados de
fierro negro, donde se enganchan los ojos cuando uno está triste viendo
desenvolverse, hipnotizados por las grandes serpientes, los cables del ascensor.
Era la casa de mi tía más vieja adonde me llevaban los sábados de visita.
Encima del hall de esa casa con cielo de claraboyas había otra casa misteriosa en
donde se veía vivir a través de los vidrios una familia de pies aureolados como
santos. Leves sombras subían sobre el resto de los cuerpos dueños de aquellos
pies, sombras achatadas como las manos vistas a través del agua de un baño.
Había dos pies chiquitos, y tres pares de pies grandes, dos con tacos altos y finos
de pasos cortos. Viajaban baúles con ruido de tormenta, pero la familia no
viajaba nunca y seguía sentada en el mismo cuarto desnudo, desplegando diarios
con músicas que brotaban incesantes de una pianola que se atrancaba siempre
en la misma nota. De tarde en tarde, había voces que rebotaban como pelotas
sobre el piso de abajo y se acallaban contra la alfombra.
Una noche de invierno anunciaba las nueve en un reloj muy alto de
madera, que crecía como un árbol a la hora de acostarse; por entre las rendijas
de las ventanas pesadas de cortinas, siempre con olor a naftalina, entraban
chiflones helados que movían la sombra tropical de una planta en forma de
palmera. La calle estaba llena de vendedores de diarios y de frutas, tristes como
despedidas en la noche. No había nadie ese día en la casa de arriba, salvo el
llanto pequeño de una chica (a quien acababan de darle un beso para que se
durmiera,) que no quería dormirse, y la sombra de una pollera disfrazada de tía,
como un diablo negro con los pies embotinados de institutriz perversa. Una voz
de cejas fruncidas y de pelo de alambre que gritaba "¡Celestina, Celestina!",
haciendo de aquel nombre un abismo muy oscuro. Y después que el llanto
disminuyó despacito... aparecieron dos piecitos desnudos saltando a la cuerda, y
una risa y otra risa caían de los pies desnudos de Celestina en camisón, saltando
con un caramelo guardado en la boca. Su camisón tenía forma de nube sobre los
vidrios cuadriculados y verdes. La voz de los pies embotinados crecía:
"¡Celestina, Celestina!". Las risas le contestaban cada vez más claras, cada vez
más altas. Los pies desnudos saltaban siempre sobre la cuerda ovalada bailando
mientras cantaba una caja de música con una muñeca encima.
Se oyeron pasos endemoniados de botines muy negros, atados con
cordones que al desatarse provocan accesos mortales de rabia. La falda con alas
de demonio volvió a revolotear sobre los vidrios; los pies desnudos dejaron de
saltar; los pies corrían en rondas sin alcanzarse; la falda corría detrás de los
piecitos desnudos, alargando los brazos con las garras abiertas, y un mechón de
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